viernes, 27 de enero de 2012

Una década de aves en el jardín

En el último número de la revista "Aves y Naturaleza" editada por SEO/Birdlife hay un interesante reportaje que, junto con mi reciente mudanza, me ha ha lanzado a escribir esta entrada (en la que llevaba pensando desde hace algunos meses).

Se trata de un artículo sobre el programa Red de Jardines para la Biodiversidad, un proyecto conjunto de SEO/BirdLife con el Ayuntamiento de Santander que busca formar y asesorar a la ciudadanía para que sus jardines contribuyan a la conservación de la fauna y flora silvestre.

Pues bien, el fomento del desarrollo de la vida silvestre en los jardines particulares es algo que siempre me ha interesado y, como propietario de un pequeño jardín, he estado aplicando en la medida de lo posible dentro de los escasos 150 m2 de nuestro jardín en una urbanización de Ontígola. En poco más de una década el jardín fue progresivamente cambiando desde una superficie plana de "cesped" rodeada por un seto monoespecífico de arizónica y con un único gran árbol (olivo) a un espacio tridimensional con una multitud de arbustos autóctonos y pequeños árboles que generan una creciente diversidad de ambientes para el desarrollo de múltiples especies. Eso por no hablar de su característica más conspicua, la abundancia de herbáceas dejadas crecer libremente, sin regar, ni abonar, ni fumigar, ni segar...

No pongo fotos del jardín porque me da cosa que la gente se asuste (su aspecto no se ajusta a los gustos más convencionales...), aunque yo me siento muy orgulloso de mi escasa influencia en el desarrollo natural del mismo. No obstante, un jardín que cumpla con los requisitos para ser biodiverso también puede ser muy bonito, como se ve en la foto de arriba...

En fin, como resultado combinado de nuestro trabajo y nuestro relativo abandono, durante todo ese tiempo hemos podido disfrutar de un gran número de especies de avifauna dentro de ese reducidísimo espacio, alimentándose de todos los recursos que tenían a su disposición en forma de abundantes insectos, caracoles, frutos y semillas. Sólo contando aquellas especies que hacían uso real del espacio del jardín (es decir, que las encontrábamos posadas en algún punto del mismo) el número de especies usuarias es de 24... Puede parecer que no son muchas para haber estado diez años obserbando, pero se teniendo en cuenta el tamaño del terreno del que hablamos creo que es un número más que interesante.

Podemos empezar la relación de especies con aquellas que tan a su gusto llegaron a sentirse en nuestro jardín que incluso lo consideraron como el sitio ideal para críar a su descendencia. Entre los nidificantes constatados en nuestro seto asalvajado de arizónicas (digo asalvajado, porque casi siempre intenté realizar las podas en octubre-noviembre y así dejar que creciese un poco antes de que llegase la época de nidificación... y la mitad de los años se me pasaba la fecha y para primavera ya no me atrevía a molestar a los futuros padres que buscaban sitio donde fabricar el nido) o de las hiedras que cubrían las paredes del cobertizo hemos tenido mirlos (Turdus merula), verdecillos (Serinus serinus), verderones (Carduelis chloris) y currucas cabecinegras (Sylvia melanocephala). También hubo muchos años en los que las golondrinas comunes (Hirundo rustica) construyeron su nido de barro en nuestra terraza y estuvieron alimentando a su ruidosa prole con los mosquitos que cazaban permanentemente sobrevolando la selva de hierbas que cubría el centro del jardín.

Otros habitantes asiduos no llegaron a críar en el jardín (o no los descubrimos haciéndolo) pero no dejaban de visitarlo habitualmente a la busca de alimento. Entre ellos encontramos al sempiterno petirrojo (Erithacus rubecula), a los comunes gorriones (Passer domesticus) y estorninos (Sturnus unicolor), los mosquiteros (Phylloscopus collybita), o los pardillos (Carduelis cannabina) tan típicos de los campos ontigoleños.


Entre las especies que no eran raras de ver pero podían pasar temporadas amplias sin visitarnos tenemos a la curruca capirotada (Sylvia atricapilla), el jilguero (Carduelis carduelis), el carbonero (Parus major) y el herrerillo (Parus caeruleus). Y los menos habituales de nuestros visitantes fueron el chochín (Troglodytes troglodytes), el reyezuelo listado (Regulus ignicapilla) o el zorzal charlo (Turdus viscivorus).

También tuvimos visitantes estacionales, que sólo paraban a reponer fuerzas en medio de sus viajes a tierras más cálidas, como fueron el colirrojo real (Phoenicurus phoenicurus), el papamoscas cerrojillo (Ficedula hypoleuca), la golondrina dáurica (Hirundo daurica) o el avión común (Delichon urbica).

Pero no todo fueron pequeños pajarillos. También nos visitaron de vez en cuando algunas "grandes aves" como la tórtola turca (Streptopelia decaocto), la urraca (Pica pica) o el mochuelo (Athene noctua). Imagino que estas aves de mayor tamaño no eran más asiduas visitantes porque debían sentir una especie de claustrofobia al internarse dentro de un espacio tan reducido...

Eso sin contar con aquellas aves realmente grandes que de vez en cuando sobrevolaban el espacio aereo jurisdiccional de nuestro jardín en sus viajes entre areas de cría e invernada, como las grullas, o en sus campeos en busca de presas, como diversas rapaces habituales en los campos de alrdedor de ontígola... Pero bueno, esas no se pueden decir que nuestro jardín les resultase especialmente importante, como una hormiga no es importante para el perro que pasa por encima de ella de camino a su plato de comida...

En fin, ahora nos hemos mudado a una casa en Aranjuez, con un jardín nuevo (en todos los aspectos... ni un mísero arbolillo tiene), y tendremos que volver a empezar de cero, incluyendo plantaciones de todo tipo de arbustos que den volumen al poco diverso espacio que tenemos entre manos. Afortunadamente, nos encontramos en el mismo límite de la ciudad y ya son varias las especies de los campos aledaños que hemos visto que utilizan las vallas del jardín como oteadero para la caza de sus pequeñas presas invertebradas. Espero que dentro de diez años pueda escribir una entrada en la que el número de especies mencionadas sea incluso mayor...

Para terminar, me gustaría volver al principio de esta entrada, comentando que la implicación de un número creciente de particulares en el fomento de la biodiversidad en sus jardines puede ser una forma de lograr que nuestras zonas residenciales con un número creciente de chalets tengan un impacto menos perjudicial en la fauna silvestre. Una iniciativa como la llevada a cabo por el Ayuntamiento de Santander podría ser muy beneficiosa en muchas otras ciudades con amplias superficies cubiertas por este tipo de residencias como, por ejemplo, Aranjuez. Eso sin olvidar también el manejo adecuado de los jardines públicos...

Si estais interesados en estas cuestiones, también os llamarán la atención las propuestas que otras asociaciones conservacionistas de todo el mundo han realizado al respecto. Entre ellas destacan las de la RSPB de Reino Unido y la National Audubon Society o la National Wildlife Federation de Estados Unidos. Incluso existe un censo semanal de aves de jardín organizado por la BTO inglesa, el cual ayuda a establecer un seguimiento de sus poblaciones como indicadoras de salubridad urbana.

2 comentarios:

Alberto V. dijo...

Hola Manuel, muy buena la entrada. La verdad que a mí también me rondaba la cabeza algo parecido desde hace algún tiempo. Llevo siete años trabajando de jardinero en un parque de Alcorcón y creo que podríamos pensar en poner en marcha algo parecido por ejemplo con los jardines de Patrimonio o algo así. Un saludo.

Alberto.

Clari dijo...

me encantan las aves, los mamiferos y todos los animales. la naturaleza es unica. hay que cuidarla. voy a viajar a Galapagos dentro de poco, seguro será emocionante