A la vez que se va produciendo poco a poco el amarilleamiento de la vegetación palustre, se va produciendo un importante fenómeno de la naturaleza: la migración de las aves.
El primero que comenzó su largo viaje es el andarríos chico (Actitis hypoleucos) que ya desde Julio se observa en pequeños grupos que utilizan las arenas del humedal como punto de reposo de su intenso periplo, mezclándose aquí con otros pequeños limícolas como el chorlitejo chico (Charadrius dubius), que también nos dejarán a medida que el nivel del agua vaya cubriendo las orillas arenosas en las que frecuentan.
En Agosto también se marchan los vencejos (Apus apus), seguidos ya en Septiembre por grandes bandos de golondrinas (Hirundo rustica/daurica) y aviones zapadores (Riparia riparia).
Mientras los cielos sobre el humedal van quedando vacíos, en la vegetación palustre también varias especies de aves preparan sus "maletas" para comenzar su aventura migratoria. La garza imperial (Ardea purpurea) que nos ofreció su elegante vuelo y bello plumaje, y el carricero común (Acrocephalus scirpaceus) nos dejan hasta la primavera siguiente.
Se podría decir que Septiembre es el mes ideal para acudir, binoculares en mano, a observar dos especies muy curiosas que también usan el humedal como punto de reposo: el pequeño y amarillo-verdoso mosquitero musical (Phylloscopus trochillus) que no deja de buscar insistentemente su preciado manjar, los mosquitos, de ahí su nombre. La otra curiosa ave es el papamoscas cerrojillo (Ficedula hypoleuca) que, en menor número, acecha a las suculentas moscas desde su posadero y nos “saludará” levantando un ala cada vez que se posa (simpatía que no falte).
El calendario sigue su curso y, ya metidos en Octubre, podremos ver los espectaculares lances cinegéticos que el esmerejón (Falco columbarius) protagoniza en busca de alguno de los numerosos paseriformes que usan la vegetación palustre como dormidero, mientras que un precioso gavilán (Accipiter nissus) también busca alguno de estos pajarillos que vienen para dormir.
Una vez que hemos plasmado en cuatro artículos las teselas faunísticas que forman el mejor de los mosaicos: el Mar de Ontígola, debemos también hacer mención de su cara más amarga, las amenazas que pueden hacerlo desparecer:
Abandono de escombros.
Pesca furtiva.
Caza furtiva.
Perros sueltos.
Gatos asilvestrados.
Trasiego de motos de enduro.
Aguas residuales de la “depuradora” de Ocaña.
Abandono de animales domésticos.
Visitantes que no saben comportarse en el medio natural.
Para disminuir el impacto de todas estas amenazas trabajan duramente los integrantes del Cuerpo de Agentes Forestales de la Comunidad de Madrid, auténticos conocedores de la problemática que amenaza al espacio natural. Tampoco podríamos dejar de agradecer el interés que muchas personas, de forma anónima, ponen en proteger este enclave de vida en un lugar cada vez más humanizado.
El primero que comenzó su largo viaje es el andarríos chico (Actitis hypoleucos) que ya desde Julio se observa en pequeños grupos que utilizan las arenas del humedal como punto de reposo de su intenso periplo, mezclándose aquí con otros pequeños limícolas como el chorlitejo chico (Charadrius dubius), que también nos dejarán a medida que el nivel del agua vaya cubriendo las orillas arenosas en las que frecuentan.
En Agosto también se marchan los vencejos (Apus apus), seguidos ya en Septiembre por grandes bandos de golondrinas (Hirundo rustica/daurica) y aviones zapadores (Riparia riparia).
Mientras los cielos sobre el humedal van quedando vacíos, en la vegetación palustre también varias especies de aves preparan sus "maletas" para comenzar su aventura migratoria. La garza imperial (Ardea purpurea) que nos ofreció su elegante vuelo y bello plumaje, y el carricero común (Acrocephalus scirpaceus) nos dejan hasta la primavera siguiente.
Se podría decir que Septiembre es el mes ideal para acudir, binoculares en mano, a observar dos especies muy curiosas que también usan el humedal como punto de reposo: el pequeño y amarillo-verdoso mosquitero musical (Phylloscopus trochillus) que no deja de buscar insistentemente su preciado manjar, los mosquitos, de ahí su nombre. La otra curiosa ave es el papamoscas cerrojillo (Ficedula hypoleuca) que, en menor número, acecha a las suculentas moscas desde su posadero y nos “saludará” levantando un ala cada vez que se posa (simpatía que no falte).
El calendario sigue su curso y, ya metidos en Octubre, podremos ver los espectaculares lances cinegéticos que el esmerejón (Falco columbarius) protagoniza en busca de alguno de los numerosos paseriformes que usan la vegetación palustre como dormidero, mientras que un precioso gavilán (Accipiter nissus) también busca alguno de estos pajarillos que vienen para dormir.
Una vez que hemos plasmado en cuatro artículos las teselas faunísticas que forman el mejor de los mosaicos: el Mar de Ontígola, debemos también hacer mención de su cara más amarga, las amenazas que pueden hacerlo desparecer:
Abandono de escombros.
Pesca furtiva.
Caza furtiva.
Perros sueltos.
Gatos asilvestrados.
Trasiego de motos de enduro.
Aguas residuales de la “depuradora” de Ocaña.
Abandono de animales domésticos.
Visitantes que no saben comportarse en el medio natural.
Para disminuir el impacto de todas estas amenazas trabajan duramente los integrantes del Cuerpo de Agentes Forestales de la Comunidad de Madrid, auténticos conocedores de la problemática que amenaza al espacio natural. Tampoco podríamos dejar de agradecer el interés que muchas personas, de forma anónima, ponen en proteger este enclave de vida en un lugar cada vez más humanizado.
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